Estrenamos "En la era de la incomunicación"

Nuestras vidas están completamente marcadas por el uso de las redes sociales, los medios masivos de comunicación y, en cierto modo, todo debería servir para acompañarnos.
El problema es que, a pesar de todo ello, hay mucha gente que se siente sola. Esto nos lleva a reflexionar sobre lo efectivo que pueden ser todos estos usos… ¿Realmente nos comunican? ¿O sólo nos informan?
Como artistas, la pregunta nos interpela en primera persona. Porque solemos pensar que parte de la función del Arte es la Comunicación.
¿Pero es realmente así? Y si lo es ¿es ese tipo de comunicación la que hace falta para “curar” la soledad?
El trabajo del artista muchas veces también ocurre en un estado de aislamiento: el taller del creativo a veces es una “cueva”, una “celda monástica”, un “refugio”…
El Arte, además de comunicar, de “poner afuera” lo que los artistas “llevan dentro”, también debe trazar puentes, para que la comunicación sea efectiva y significativa, creando puntos de encuentro de persona a persona, para que la comunicación deje de ser el mero “contar algo”, para que se vuelva una identificación, un milagro de empatía, de manera que pueda producir una verdadera transformación en la sociedad, sea ésta estética o ideológica.
Domingo Florio desgarra la oscuridad de los fondos texturados de sus pinturas con personajes que brotan de una pincelada matérica, gestual, llena de colores nuevos, vibrantes. Estos personajes parecen atravesados por esa soledad que el mismo maestro encuentra en su taller, al que acude impulsado por un compromiso vital y visceral con el arte: necesidad inmante de vivir trabajando y en continuo compartir con otros artistas a los que valora especialmente.
La paradoja de la incomunicación en la era de las comunicaciones es expresada por Ana Cortés Mencía a través de sus dibujos y pinturas. Sus personajes se desdibujan en fondos gaseosos, donde el peso corporal parece “pender de un hilo”, el mismo que construye con líneas sensibles y que a veces cierran las formas. Estos personajes, cercanos físicamente, pero solos en sus mundos internos, crean una atmósfera que parece ahogar los gritos de abandono y soledad de quienes pueblan sus obras.
Los trabajos de Maitemazz son inquietantes. Parecen ser un cúmulo de laberintos formados por edificios creados digitalmente sobre muros de demolición.
En ellos vemos cantidades de habitaciones pobladas por personajes varios: artistas, aspirantes a serlo, críticos de arte, galeristas, feriantes, público en general…
Todo parece ordenado, pero en cada particular encontramos un mundo caótico, de personajes variopintos, grafitis, escaleras, ventanas, paredones… La pregunta de la comunicación hace eco en cada una de las habitaciones creadas por la artista. Todo parece en continuo diálogo.
Esta muestra ofrece mucho para pensar y debatir.
El arte es connatural al hombre, lo comunica con gente de todas las épocas y no acabará jamás.

Claudio Villarreal